Eduardo Vilches una leyenda del fútbol español

por Diana Fernández 


Eduardo Vílches es una leyenda del fútbol español. A sus 74 años, este vecino de Santa Eugenia aún conserva intacto el recuerdo de su larga trayectoria en numerosos equipos, entre ellos el Espanyol, como jugador primero, y como entrenador después. 

Toda una vida dedicada al balón cuando el fútbol era" otra cosa" en la que las oportunidades le brotaron sin hacer nunca uso de representantes. De juego hábil y solidario con sus compañeros, siempre fue el número 6 "aunque jugaba como el 9".

Llegó a ser considerado como el mejor jugador de España en los II Juegos del Mediterráneo cuando contaba apenas 21 años.

Eduardo Vílchez abre la entrevista compartiendo un repaso por su más preciado tesoro: un álbum lleno de recuerdos en el que guarda fotografías y recortes de toda su trayectoria futbolística, desde que fichó con su primer equipo en 1950 hasta nuestros días. Es una completísima recopilación gráfica que después detalla y profundiza con palabras, y que evoca otros tiempos en los que el deporte, y en concreto el fútbol, eran muy diferentes.

Inspirado por las antiguas instantáneas en blanco y negro rememora sus comienzos con el balón cuando apenas tenía catorce años, vivía en Pacífico, y jugaba con sus vecinos del barrio con una pelota de trapo y una portería he- cha con troncos de árbol atados con una cuerda. Esta afición, en la que pronto destacó por su habilidad, no le vino de familia, aunque, eso sí, le apoyaron, y en especial su hermano, que siempre estuvo a su lado.

Primeros fichajes

Los partidos en equipos de barrio dejaron de ser un juego en 1950. Fue entonces cuando fichó con Cerámica Cascales, en el barrio de doña Carlota, donde pegó sus primeras patadas al balón más en serio. 

Tenía 17 años, y se le dio de maravilla. Su siguiente fichaje se produjo como muchos otros que vinieron después. No hicieron falta representantes, de hecho nunca los tuvo. Sino que sus oportunidades siempre han brotado casi de forma espontánea: termina un partido, alguien le da en la espalda y le felicita por su buen juego. 

Después, le proponen un nuevo fichaje, un nuevo proyecto. Así le ocurrió a Vilchez tras uno de sus partidos en Cerámica Cascales. Alguien le preguntó si quería jugar en el Getafe, por entonces en primera regional, y, por supuesto, él accedió.

El paso al siguiente escalón de su carrera se produjo de la misma forma. Después de un amistoso con el Rayo Vallecano, que estaba en tercera división, al que ganaron por 3 al, de nuevo le tocaron en la espalda y le preguntaron: ¿Quieres venir al Rayo? Un entusiasmado Vílchez comenzó entonces una nueva etapa con el equipo que tanto admiraba.

A ""Los periquitos""

Del Rayo pasó al Plus Ultra, que de- pendía del Real Madrid, también en tercera división. Durante su estancia en este equipo vivió su etapa más dorada: Vílchez fue elegido para jugar en la selección española en los 11 Juegos del Mediterráneo donde su brillante juego le granjeó tan buenas críticas, que de él se llegó a escribir que era el mejor jugador de España. Tan sólo tenía 21 años. 

Retornada la temporada, al cuarto partido, Vílchez no fue incluido en la alineación. Pasado el sofocón inicial, al jugador le llegó la explicación: el Club Espanyol le reclamaba. El 8 de diciembre de 1955 se incorporó a este humilde pero gran equipo que estaba en primera división. Con "Los periquitos" jugó cinco deliciosos años en los que residió en Barcelona, y de los guarda un estupendo recuerdo, no sólo por el trabajo y sino por las gentes que allí conoció.

Sus siguientes oportunidades vinieron del Murcia y el Alcoyano de Ali- cante. Después jugó en el Albacete y en su tercera temporada comenzó a ser entrenador, disciplina en la que también destacó. De vuelta a Madrid, nada más llegar, le llamó el Aranjuez. 

En este equipo volvió a retomar el juego, pero al acabar la temporada prefirió volver a los entrenamientos. Durante dos años estuvo al frente del Conquense, más adelante en el Getafe y después en el Alcalá. 

Sus últimos años como profesional los pasó entrenando a los juveniles del Real Madrid B, una etapa brillante que también recuerda con especial cariño. Sus obligaciones laborales le retiraron del equipo cuatro años después, cuando decidió aparcar los balones. Sin embargo, le esperaban aún once años más en el club Las Encinas de Boadilla. Allí hizo grandes amistades y profundizó en el gusto por enseñar a los más pequeños el deporte con el que tanto ha disfrutado.

Hábil y solidario Cuando se le pregunta por las claves de su éxito, Vílchez responde con humildad que su juego no era tanto de fuerza, sino de un conjunto de habilidad, amor por el fútbol y solidaridad. "Mi juego era de bondad con mis compañeros".

Aunque ya no lo practica, este deporte sigue ocupando un lugar funda- mental en su cotidianeidad: "no imagino mi vida sin fútbol". Sigue los partidos y las clasificaciones, y es subdelegado de la Asociación de Veteranos del Rayo Vallecano. "Siempre hablamos de fútbol", comenta. 

Y sobre todo del de antaño, porque el de ahora, dice, no 10 entienden. "Hará unos diez años empezó el pin-pan- pum". Así denomina a los fichajes millonarios con los que, asegura, "se saltaron muchos escalones". "Los clubes solo piensan en el dinero". Igualito que en sus tiempos: "en última temporada del Español cobré 450.000 pesetas y bailaba por tangos y bulerías", bromea.

Desde hace once años vive en Santa Eugenia. Aquí han trabajado también sus tres hijos: Rodolfo, dueño de la pe- luquería del mismo nombre hasta hace unos meses, Sergio, que acaba de retomar las riendas de este negocio, que ahora se llama Truccos, y Eduardo, que entrena a un montón de chavales en el Elida Olimpia.

Tras una larga conversación en la que hablamos mucho de fútbol y de otras muchas cosas, Vílchez quiere concluir así: "como residente que soy en Santa Eugenia, desde esta revista felicito al equipo de fútbol tan extraordinariamente llevado por su presidente Salva y Junta Directiva. Soy el socio 123".

 

Eduardo Vilches, una leyenda del futbol español
 
por Diana Fernandez

Fuente: Revista Santa Eugenia - Enero 2005